El SIDA ha hecho surgir una multitud de temas éticos complejos y difíciles para los individuos, las comunidades religiosas y la sociedad en general.
A menudo estos temas se discuten en una atmósfera de temor, reserva, enojo e ignorancia, que se enfoca en la fatalidad de la enfermedad y en el hecho de que gran cantidad de enfermos con SIDA son homosexuales y drogadictos, dos poblaciones sobre las que la sociedad tiene una profunda ambivalencia. Los grupos religiosos, al igual que el resto de la sociedad, se han esforzado por desarrollar maneras efectivas de prestar una mejor atención a estos enfermos. Pero ha habido respuestas que van desde declarar al SIDA como un castigo de Dios, para los pecadores, hasta organizar foros que difunden maneras compasivas en los feligreses para convivir con los pacientes. En un sentido amplio, el principal conflicto radica en garantizar la dignidad y libertad individual del paciente con SIDA, por un lado, mientras por otro, buscar la seguridad de la sociedad en general.
Para la persona que tiene SIDA o es VIH positivo es importante la confidencialidad, ante el temor de perder amigos, trabajo o familiares. Pero la pregunta: quien tiene derecho a conocer que otra persona tiene SIDA; la idea de esta pregunta es protegerse de esa persona.
Algunos grupos han propuesto que se prohíba la inscripción a escuelas públicas de niños con SIDA, que se haga un registro o censo de los enfermos para protección del personal médico, los forenses y personal funerario. Los militares, inmigrantes, y prisioneros han sido forzados a someterse a pruebas de VIH. Otros opinan que tales medidas son contraproducentes, pues lo único que logran es favorecer que los enfermos se escondan. Para otros, lo mejor es ofrecer la salud pública de manera voluntaria. Alentando al enfermo con SIDA a que asuma la responsabilidad de si mismo sometiéndose a pruebas voluntarias, siguiendo el tratamiento y practicando el sexo seguro. Esto implica desde luego la responsabilidad del enfermo a comunicar que padece SIDA al personal de alto riesgo, como los médicos y las parejas sexuales del paciente. De esto deriva el problema ético de si los médicos están obligados a manejar un paciente con SIDA o HIV. Pero también el personal de salud tendría que ver garantizadas las medidas de seguridad en la atención de estos enfermos. Las políticas públicas tienen un debate continuo sobre quien debe de pagar el costo de la atención del paciente con SIDA, en general el tratamiento resulta costoso; por eso las compañías de seguro buscan la manera de negar la atención médica de estos pacientes. Incluso niegan la cobertura de salud a pacientes de alto riesgo de tener SIDA. Desde el momento en que la persona con SIDA o HIV es despedida de manera directa o indirecta, el trabajador pierde los beneficios de la salud pública. Así las cosas ¿quién debe de proporcionar la atención médica, los Estados o el gobierno federal? Cómo deben de distribuirse los recursos, más cantidad en la prevención e investigación de la vacuna, o más dinero para el tratamiento de los que ya están enfermos. En nuestro país la educación sexual en las escuelas primarias públicas, siempre ha sido cuestionada y a veces controlada por la influencia religiosa; de ahí surge la preocupación de cómo y dónde iniciar la educación sexual relacionada con el SIDA y el sexo seguro, qué educación sexual es apropiada, qué tan descriptiva debería ser.
Debido a su postura sobre el control de la natalidad, la Iglesia Católica Romana se opone de manera categórica al uso del condón ¿Los católicos deberían apoyar los programas del gobierno que difunden el empleo del condón?. En relación a grupo de drogadictos intravenosos, algunos funcionarios de salud han propuesto la distribución segura de jeringas en los consumidores. Se basan en la creencia de que si los adictos pudieran tener jeringas y agujas limpias, no tendrían por qué compartirlas y arriesgarse a la infección. Sin embargo, otras personas se sienten ofendidas pues consideran que la adicción a las drogas es un grave delito moral y social. De hecho, hasta hace unos pocos años la homosexualidad era considerada una enfermedad, y hoy por hoy la homosexualidad continúa siendo condenada como “antinatural” y abominable por un gran sector de la iglesia conservadora; de ahí deriva gran parte del sentimiento de confusión y ambivalencia de la comunidad católica hacia estos enfermos.
La mayoría de las decisiones que deben tomarse con respecto al SIDA son poco atractivas, y algunos grupos prefieren no participar ni opinar; El SIDA es costoso para cualquier sociedad; por eso cada población debe lidiar con sus propios valores y mantener una postura compasiva y afectiva, hacia lo que muchos han descrito como la mayor crisis de salud en este siglo: El SIDA.