Ellas se aman. Nadie las entiende. No importa. Ellas se aman y basta eso. Se quisieran tocar mutuamente más de lo que sus miradas pueden, mucho más de lo que sus pieles resisten.
He estado pensando en las mujeres del mundo que en este mismo segundo se aman deseándose y se desean amándose. Poco las entiendo. Pero ¿Acaso habrá que comprender el Amor?
Poco las entenderé. Pero intuyo que la explosión de ternura sobre sus cuerpos curvados ha de ser como una lluvia revestida de pétalos rojísimos como sus labios. Se hará silencio cuando se besan, se oscurecerá aún más la habitación que las esconde.
No entiendo la desnudez de una mujer, menos la de dos amándose. Pero no me importa no entenderlas. Me es suficiente imaginarlas acariciándose urgentemente, tiritando de deseo y duda a la vez. Buscándose y rebuscándose ciegamente entre este mundo envalentonado de hombres.
Ámense mujeres, riéguense por la noche con vino tinto y gotas de rocío al amanecer, rodéense seno a seno lejos de sus memorias de infancia pulcra y estremézcanse ante sus más provocadores instintos. Confúndanse en una sola suave piel sobre esta sociedad necia y olvídense de nosotros los hombres que las hemos arrinconado por ser hembras y convertido en muñecas vulnerables.
Ámense con ese corazón tan suyo y galán que tienen y recórranse vorazmente. Ríanse de los territorios, de los ejércitos y los abuelos que fumaban pipa.
Déjenme abierto un pliegue de sus ventanas para aprender a entenderlas. Irrádienme su femenina pasión, su atrevimiento que libera, su suave fortaleza.
Ámense en playas habitadas y templos abandonados, en celdas de acero y primaveras de color, debajo de puentes y sobre hierbas secas, con pompas alegres, glamour y mañas desamarradas. Abandonen esos fortines de piedra, sus faldas y velos, salgan a la luz del mediodía después de haberse amado toda la noche.
Edúquenme en el Amor y demuéstrenme que en verdad, él tiene cara de mujer.