De camino a casa, sobre Av. Reforma, es común ver en la calle a las parejas que salen a pasear. Van de la mano, algunas, otras fundidas en un solo abrazo. Otras, prefieren sentarse en una banca, embelesadas en ellas mismas, prodigándose miradas cariñosas y sutiles caricias. Se nota el amor rondando en los alrededores, aunque también ve el jueguito que se desarrolla, cuando la conquista es reciente u ocasional.
Los que vamos solos y algunas parejas que también pasean, miramos. Unos con curiosidad, otros cómplices, complacientes y muchos con morbo. Supongo que pensando: "cuando yo tenía su edad", "ni yo, con mis años me atrevo a hacerlo" o bien, "qué barbaridad!!"
Las parejas de las que hablo son homosexuales, obvio nadie piensa eso o siquiera repara cuando un chico y una chica, se encuentran fundidos en un beso apasionado en medio de la acera, tan absortos que no se dan cuenta que sus demostraciones de “amor” rayan en el exhibicionismo.
Si la pareja en cuestión está compuesta por dos chicas o dos chicos, la cosa cambia. Cambia porque no es común, no es "normal", porque no nos hemos acostumbrado a respetar el amor ajeno. Porque nosotros mismos, homosexuales, no hemos aprendido a respetarnos. Porque hacemos esto? Porque no podemos aceptar que somos y como somos? Porque nos da tanto miedo siquiera reconocernos internamente como quienes realmente somos?
Supongo que es por miedo. Miedo a dejar de ser aceptados por la sociedad. Esta misma sociedad que hace más de 50 años, en México, veía con recelo a las mujeres que se dirigían a las urnas a votar, esa misma sociedad que gritaba al unisonó que un “hombre santo” es incapaz de hacerle daño a un niño”, refiriéndose a los curas.
Nuestra sociedad ha evolucionado, inconscientemente, a lo bruto, pero lo ha hecho. Ahora vemos esas parejas y de las otras, heterosexuales, por la calle, tomadas de la mano. También vemos, niños de 14 años, asumiendo una homosexualidad que ni siquiera entienden. Y sabemos que hay quienes dentro del closet de su propia mente, solo tienen una ventana por donde, de vez en vez, cuando están seguros que nadie les ve, se asoman a sí mismos.